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08/04/2015

Campofrío, cuatro meses después

Esta misma mañana comentaba con un buen amigo del sector cómo parece que la recuperación económica se está dejando sentir a comienzos de este año 2015, o al menos se percibe algo más de movimiento en el mercado.

 

Él me respondía, con buen criterio: “Sí, la recuperación económica, y Campofrío”.

 

Lamentablemente, ésta es la realidad del mercado de protección contra incendios. Una realidad que viene condicionada por la percepción que muchas veces tiene el cliente final, que considera que los sistemas de PCI suponen un gasto para su ya de por sí mermado presupuesto, que no le ayuda lo más mínimo a su objetivo de incrementar la producción o aumentar el beneficio. A esto se une la creencia de que la desgracia del incendio siempre ocurre en fábricas llenas de mugre, con maquinaria obsoleta, y con procesos o materiales altamente inflamables. Es decir, que siempre les pasa a los demás, porque admitir lo contrario supondría asumir que mi empresa no es tan limpia, moderna o segura como creo que es. Finalmente, y no menos importante, hay que considerar que estos sistemas de protección, al contrario que el resto de instalaciones generales, están normalmente en reposo. Sólo se sabe si funcionan o no, si son efectivos, el día que tienen que enfrentarse al incendio. Esto provoca que estos sistemas, cuando se instalan, tengan carencias de diseño, ejecución, o mantenimiento, que pasan totalmente desapercibidas a un ojo no experto.

 

Por otra parte, algunas ingenierías y diseñadores creen que se apuntan un tanto cuando consiguen, a base de un deficiente asesoramiento al cliente, instalar menos sistemas de los que son necesarios, o instalar sistemas infradimensionados que presentan un número insuficiente de elementos. Que persiguen en definitiva abaratar las instalaciones, creyendo así ganarse la consideración de su cliente, cuando en realidad a lo que le ayudan es a tirar un dinero en una instalación o sistema que no le va a servir de nada en caso de incendio. Ejemplos de esto los conocemos todos: la ingeniería que juega con la carga de fuego de un sector “para que salga riesgo bajo” y minimizar así los sistemas a instalar. O la que propone una tecnología de detección o extinción más barata, que permite el cumplimiento de la reglamentación vigente, pero a sabiendas de que no es la más adecuada para el tipo de riesgo que se protege.

 

Lo que hay que transmitir al cliente es el conocimiento del riesgo real que tiene su actividad o empresa. Entiendo que esto es complicado, porque el cliente puede interpretar que le quieres vender algo que no necesita. Pero el cliente que valora realmente la seguridad, lo agradecerá. Es posible que pida varias opiniones para asegurarse, y que no disponga de toda la inversión necesaria para abordar todas la cuestiones de seguridad pendientes, pero al menos podrá priorizar sobre qué sistemas quiere focalizar su esfuerzo de adecuación de las instalaciones.

 

Y esto nos trae de nuevo al asunto con el que empezaba este artículo. Campofrío ha abierto los ojos a muchas empresas, grandes y pequeñas, que hasta ahora apenas se habían preocupado por la seguridad contra incendios. Quien más y quien menos se ha visto reflejado en estas semanas en la situación de una empresa modélica que de la noche a la mañana ha visto reducido a cenizas su principal centro de producción. El mito de que los incendios tienen lugar sólo en empresas sucias, antiguas, que manipulan inflamables y trabajan con hornos a 600ºC, se viene abajo. Ya no es sólo patrimonio de los descuidados y de los incompetentes, ahora nadie es intocable. Si Campofrío ha sufrido un incendio, cualquier otra empresa también puede padecerlo.

 

El examen de conciencia que esto ha obligado a hacer a muchos empresarios no es desdeñable. Como mínimo, desean saber en qué situación se encuentran, cuál es la fotografía de su nivel de seguridad. Se plantean si las instalaciones y medidas de PCI de que disponen son suficientes, si están correctamente diseñadas, si serían eficientes ante un incendio. Y comienzan a prepararse de verdad ante esa eventualidad. Porque, como he dicho en más de una ocasión, la cuestión no es si voy a padecer un incendio, sino cuándo lo voy a padecer. Cuando suceda, debo sentirme preparado y estar preparado. Esa es justamente la diferencia que separa un conato de incendio del infierno que puede llegar a calcinar las esperanzas y las ilusiones de una ciudad o una comarca.

 

Nuestro sector de PCI se mueve, lamentablemente, a golpe de siniestro. Antes que Campofrío fue el Windsor; mucho antes que el Windsor, fue el Corona de Aragón. Como dijo Benjamin Franklin, “en la escuela de la experiencia las lecciones cuestan caras, pero solamente en ellas se corrigen los insensatos”. Naturalmente, asimilar o no esta lección depende de cada uno. Pero mejor hacerlo pronto, antes de que sea demasiado tarde.

 

Autor: Miguel Vidueira Penín

Director Técnico

Grupo CEPREVEN