Ya le hemos quitado un mes a este recién estrenado 2015. Parece que fue ayer cuando nos tomábamos las uvas, y sin embargo ya hemos dejado atrás lo peor de la cuesta de enero, y nos asomamos al mes de los carnavales, inicio de la cuenta atrás para las vacaciones de Semana Santa que algunos esperan desde el mismo día de Reyes.
En esta época nos acercamos al segundo
aniversario de dos sucesos vinculados con el espectáculo y el uso de
pirotecnia. Recordemos el terrible episodio del incendio del traje de una de
las candidatas a reina del carnaval de Tenerife, durante la gala de elección,
en 2013. Saida Prieto. 25 años. Madre de una niña. Conviene poner nombre y
apellidos a esta joven, para que no olvidemos que siempre, detrás de la
noticia, subyace el drama de una persona real y una familia que sufren.
Durante esa impresionante
elección de reinas, en la que las jóvenes candidatas portan trajes que las
convierten en auténticas carrozas vivas, Saida se convirtió en una antorcha humana
al prenderse su fantasía cuando un dispositivo pirotécnico se disparó
accidentalmente del traje de la candidata que la precedía, cuando aún estaban
entre bambalinas. Dicho traje tenía dos toberas en su parte trasera cargadas
con “fuego frío”. Se trata de un tipo de pirotecnia cuyo poder calorífico es
muy bajo, y que puede utilizarse en escenarios y otros usos en interiores. Aún
así, sí que fue suficiente para prender el traje de Saida.
En cuestión de segundos la
fantasía de Saida era una bola de fuego. Dos personas reaccionan y descargan
dos extintores sobre la joven, apagando las llamas salvo dos pequeños focos que
persisten, y que requirieron un extintor adicional. Tardaron unos 30 segundos
en apagar completamente las llamas. El resultado: quemaduras en el 45% de su
cuerpo. Un traslado a vida o muerte a un Hospital especializado de Sevilla y
varias operaciones a la desesperada para transplantarle la poca piel sana que
le quedaba.
Pocos días antes de aquel suceso,
a finales de enero de 2013, doscientas treinta y dos personas fallecían en la
discoteca Kiss, en Brasil. Una banda de música usa un dispositivo pirotécnico
conocido como “lluvia de plata”, que prende en la espuma utilizada como
aislante acústico en el techo. Sorprendentemente, algunas personas permanecen
durante unos momentos grabando la escena, pensando que forma parte del
espectáculo. Cuando se dan cuenta que no es así, comienza el pánico y la lucha
por alcanzar la salida, donde se forma un tapón en el que muere la mayoría de
la gente por aplastamiento. Curiosamente, se encontraron también muchos
cadáveres en los aseos, y es que al ser uno de los puntos de la discoteca en
los que había luz bastantes asistentes se dirigieron hacia allí, pensando que
se trataba de una salida, cuando en realidad se trataba de una ratonera.
Saida tuvo mejor suerte, porque
finalmente pudo contarlo. Eso sí, con graves secuelas físicas, y con el
recuerdo de aquella noche, que siempre la perseguirá. Y aunque ella misma
afirma que “le han arruinado la vida”, al menos tiene una vida. Y una hija que
sigue teniendo una madre. Por otro lado, también fue una suerte que el incendio
no tuviera lugar en el propio escenario. Quién sabe si esto no habría provocado
una situación de pánico entre el público que hubiera dado lugar a una posible
avalancha en busca de la salida.
¿Cuánto pasará hasta que volvamos
a encontrar en la prensa algún suceso similar? Ojalá sea mucho, mucho tiempo. Pero
mirando hacia atrás no deja de resultar sorprendente que esta clase de
tragedias retornen siempre, en una suerte de macabro día de la marmota, sin que
consigamos aprender de los errores cometidos.